El año pasado, la gente salió a las calles en todo el mundo para protestar contra la cruel pandemia mundial del racismo.
Reconoció el racismo como lo que es.
Peligroso, abominable, repulsivo y ubicuo.
El racismo es un mal mundial profundamente arraigado.
Trasciende generaciones y contamina sociedades.
Perpetúa la desigualdad, la opresión y la marginación.
Vemos el racismo en la discriminación generalizada que sufren los afrodescendientes.
Lo vemos en las injusticias y la opresión que padecen los pueblos indígenas y otras minorías étnicas.
Lo vemos en las repugnantes opiniones de los supremacistas blancos y otros grupos extremistas.
Dondequiera que veamos racismo, debemos condenarlo sin reservas, sin vacilaciones, sin condicionamientos.
Este año, en el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se destaca el importante papel de los jóvenes, que han estado en primera línea de la lucha contra el racismo.
Las actitudes y el comportamiento de los jóvenes marcarán la forma y el aspecto futuros de nuestras sociedades.
Por ello, hago un llamamiento a los jóvenes de todo el mundo, así como a educadores y dirigentes, para que enseñen al mundo que todas las personas nacen iguales.
La supremacía racial es una mentira maligna.
El racismo mata.
Trabajemos juntos en este día, y todos los días, para librar al orbe del pernicioso mal del racismo a fin de que todos puedan vivir en un mundo de paz, dignidad y oportunidades.